EL RELATO ÍNTIMO EN EL MUNDO COMÚN: DEL SINSENTIDO AL SENTIDO EN LOS DISCURSOS AUTOBIOGRÁFICOS DE MUJERES MALTRATADAS
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Universidad Rey Juan Carlos (Madrid, España)
diana.fernandez.romero@urjc.es
Abstract
El texto analiza un corpus de 23 entrevistas autobiográficas en las que se recogen las vivencias de mujeres maltratadas que están en el proceso de conformar un discurso sobre un trauma que precisa ser reconocido para ellas mismas y para ser compartido en el mundo común. A partir del intercambio con los expertos, con otras mujeres y con la investigadora, las protagonistas del relato elaboran y comprenden su experiencia dolorosa y traumática a partir de un discurso polifónico que toma vocabularios, sintaxis, sistemas de sentido y valor de la sociología, la psicología o los feminismos. En ese proceso, se produce una transformación semiótica del sinsentido al sentido en un recorrido que parte de y vuelve a lo privado, pero pasando necesariamente por lo público, desde donde dan sentido a sus biografías recientes, a sus historias de violencia, sufrimiento, anulación y reconstrucción.
1. Dar sentido a la experiencia traumática
Adecuar el relato íntimo de una experiencia traumática como la de haber sufrido violencia de género para hacerla pública y poder contarla requiere de la transformación de esa vivencia en un discurso. Si, como dice Violi (2014), hay una distancia temporal entre el hecho que sucede y su adquisición de sentido, es preciso separar los hechos traumáticos del sentido de los hechos traumáticos, que solo se adquiere cuando estos son reconocidos como tales. En este texto queremos explorar, a partir de 23 entrevistas autobiográficas a mujeres maltratadas[1] que han contactado con una institución para poner fin a su situación, cuáles son los recursos necesarios para que la vida íntima de una mujer que sufre o que ha sufrido violencia por parte de su pareja o expareja se transforme en un discurso con el que poder narrar a otros/as y a sí misma su experiencia traumática.
Como indica Peñamarín (en prensa), refiriéndose a Arendt, la transformación semiótica fundamental del sinsentido al sentido es posible sobre todo a partir de representaciones, discursos, relatos que nos permiten dar forma a la experiencia oscura o desconcertante e integrarla en un sentido de la realidad público, compartido. Así, los relatos autobiográficos que vamos a analizar suponen una transformación del sinsentido al sentido: la experiencia traumática de las mujeres entrevistadas realiza un recorrido desde el ámbito íntimo y privado al espacio público, a partir del relato que han de elaborar tanto para quienes las orientan y ayudan (asistentes sociales, jurídicos, psicólogos/as con quienes todas han entrado en contacto) como para otras mujeres con las que comparten experiencias en los grupos de terapia, y para quienes las entrevista para la investigación. Ese discurso retorna después al espacio privado en cuanto les ayuda a dar sentido a su propia experiencia y a comprender su proceso de transformación.
La necesidad y la voluntad de referir su relato íntimo para ser ayudadas, poder comprenderse y servir a otras mujeres de modelo les llevó a adoptar otra perspectiva sobre sí mismas y sobre su experiencia, incorporando así, en su discurso, un sistema de valores en el que la violencia de género es algo reprobable, monstruoso. A partir de su intercambio con asistentes sociales, juristas, psicólogas/os, se fue conformando un discurso híbrido, polifónico, en el que encontramos ecos del discurso experto que se mezcla con el lenguaje hablado. Sus relatos incorporan fragmentos de la psicología, de la sociología, de las ciencias jurídicas, de los feminismos, del habla coloquial. La entrevista de investigación supone a su vez un ensayo, una situación de interacción particular en el que las mujeres son actores anónimos que relatan, con un lenguaje de tanteo, de ida y vuelta en la búsqueda de expresiones, su experiencia íntima a alguien que está en un espacio intermedio entre el interpersonal y el público; y que se compromete a trasladarla al “mundo común” arendtiano.
Así, la “palabra semiajena” (Bajtin 1989) que las mujeres incorporan a sus discursos responde a la idea bajtiniana de que el hablante “construye su enunciado en un territorio ajeno, en el fondo aperceptivo del oyente”. Bajtin considera que todo discurso es fundamentalmente híbrido, pues cuando hablamos se hacen presentes en nuestro discurso las voces de otros que recuperamos y que transformamos, la mayor parte de las veces de forma automática e inconsciente (citado en Carvalho 2007). Así, el propio sujeto del discurso acaba siendo también híbrido y por tanto “ningún sujeto es dueño de su expresión”. Elaborar una experiencia personal traumática como la que aquí investigamos requiere este paso por la palabra que equivale a hacer público lo privado, si entendemos, con Wittgenstein (1988), que no hay lenguaje privado, pues no es pensable un lenguaje que solo una persona pueda entender. Así, las fronteras entre lo propio y lo ajeno se desdibujan, como veremos, tanto en el lenguaje, como en los valores, criterios o afectos, mostrando que, como advierte García Canclini a propósito de la alteridad (2007), “somos habitados por voces y gustos heterogéneos. Vivimos en una época intercultural y somos interculturales en nuestro propio interior”.
2. Discursos polifónicos
En las entrevistas invitamos a las mujeres a reconstruir su autobiografía desde el tiempo que comenzaron su noviazgo con el maltratador hasta el momento presente, en el que la mayoría de ellas ya había roto con el maltratador y se había separado de él. Las narradoras recurren a registros diferentes para referirse a cada etapa del proceso. En los primeros momentos del relato predomina el lenguaje del amor romántico, y, cuando refieren el período en el que la violencia se instala en la relación, incorporan el lenguaje machista y denigrante del maltratador. Para rememorar y elaborar la narración de las sucesivas etapas del relato, como la fase de anulación de su identidad; los constantes vaivenes de la relación; la fase de inflexión, en la que deciden poner fin a la situación y la etapa posterior de reconstrucción, en la que se encuentran cuando son entrevistadas, las mujeres recurren a expresiones híbridas que son la huella de las conversaciones coloquiales y expertas con los/as asistentes sociales, psicólogas/os, juristas, amigas/os, familiares y otras mujeres en los grupos de terapia. También la situación particular de la entrevista condiciona el uso de un registro concreto, dado que, como dijimos, las mujeres se encuentran con una interlocutora que está en un espacio intermedio entre lo público y lo privado.
En los siguientes apartados queremos poner énfasis en algunos fragmentos de las entrevistas en los que encontramos esa polifonía, la incorporación de la palabra semiajena en los relatos autobiográficos. En todos los casos, subrayaremos[2] aquellos términos o conceptos que consideramos ilustrativos de lo que queremos mostrar.
3. La dificultad y la necesidad de hablar
En distintas partes del relato, se pone en evidencia la dificultad que las mujeres manifiestan a la hora de elaborar su discurso, que se mezcla con su necesidad de hablar. Por un lado, han de recuperar la voz perdida por la influencia del maltratador, ya que la destrucción de su identidad conlleva su anulación como sujetos y su incapacidad para verse a sí mismas con otros sistemas de sentido y valor que los del maltratador. Así, el momento de la entrevista refleja ese proceso en el que, tras el contacto con el personal de las instituciones, están recuperando su capacidad de hablar y de dar sentido a su experiencia traumática. Los relatos refieren algunos de los momentos en los que trataron de contar su historia, y las dificultades que tuvieron para hacerlo:
“Es que te quedas sin voz”
“No sabes por dónde empezar, ni qué explicar, ni qué es lo que sientes ni nada, solamente que te sientes muy mal”
“Es muy complicado contarlo, porque te sientes avergonzada diciendo: es que estoy soportando esto… y además, como nos han educado así, que se supone que los problemas de casa son problemas de casa…”
“Cuando empecé a ir al grupo de terapia, estuve dos años sin poder hablar casi, venga llorar; pero vas oyendo, vas escuchando, y te va ayudando”
“Siempre me he negado a ella (la terapia de grupo), y maldita la hora en la que lo he hecho, porque al final me convencieron y la he tenido, y ha sido cuando de verdad empiezo a ser yo”
Sin embargo, ya la fase de reconstrucción, las narradoras manifiestan que, a pesar de los obstáculos, sienten la necesidad de que su historia se conozca y sirva de modelo a otras mujeres que están pasando por la situación que ellas van abandonando. Así, utilizan la oportunidad de la entrevista para lanzar mensajes de esperanza, para animar a las mujeres que sufren violencia a romper su silencio:
“(Recomiendo a la mujer maltratada) Que hable, que cuente lo que le pasa, pero que se lo cuente a todo el mundo, que no se calle, y que hay un montón de gente en su situación, que no se va a encontrar sola”
“Ahora siento que puedo hacer muchas cosas. Y eso me gustaría decírselo a muchas mujeres, que pueden hacer cosas por sí mismas”
“Yo les digo a otras mujeres que no sirve de nada aguantarse, y que tiren para adelante, que se sale, a pesar de que se ve todo muy negro y sin ninguna salida”
“Es importante asociarnos para captar mensajes que luego ponemos en práctica, por eso es importante contar las cosas, que nos liberemos de no contar, de avergonzarnos”
4. El discurso experto
Los relatos autobiográficos están plagados de expresiones y de términos que consideramos ayudan a las mujeres a comprender y a asumir su experiencia traumática. En la entrevista, las narradoras recurren un lenguaje de tanteo, que supone un ir y venir de conceptos y locuciones para narrar y reconstruir su historia. El discurso experto se incorpora a sus relatos, en los que asumen expresiones como “violencia de género” o “violencia doméstica”, “maltrato” o “ciclo de la violencia” para explicar lo ocurrido. En ocasiones, las mujeres hacen explícito en el discurso el paso por el otro/por la otra, el/la experto/a, quien las aconseja y les aporta recursos prácticos y simbólicos desde los que reconocer el trauma:
“Yo no sentía que él me maltratara porque no me dejara irme con mis compañeros de facultad o con mis amigas”
“Porque como te maltratan, no quieres salir, no quieres relacionarte, te sientes culpable, no quieres ver a nadie…”
“Cuando peor pasé los malos tratos fue durante el embarazo”
“Siempre se le pone una justificación a todo el maltrato psicológico”
“Esto me ha pasado a mí (el ciclo de la violencia): agresión, denuncias, luego viene, lo perdonas, y otra vez”
“Me dijo (el asistente social): ‘Yo soy hombre y te voy a decir una cosa. Hay patrones de él que no van a cambiar. Si él te maltrató hace 15 días, él te maltratará dentro de 15 días. Así que tú decides. ¿Quieres que te ayude o no?’”
“Entonces el día ese, la doctora de cabecera me dijo: ‘el problema que tienes es un problemón muy gordo y es un problema de violencia doméstica’”
5. El lenguaje del amor y del odio
Cuando las mujeres refieren la etapa del noviazgo y los comienzos de la relación con el maltratador en una primera fase del relato, encontramos numerosos ejemplos de cómo para subsumirse en aquellos momentos recurren al léxico y a las sintaxis que proporcionan los relatos masivos del amor romántico. Según avanzan las narraciones, ese discurso del amor, que en un principio lo ocupaba todo y que hacía de sustento a la relación quebrada por la violencia, va haciendo aguas y se mezcla con el relato del odio ante el dolor, el miedo, la traición. Incluso en la fase de reconstrucción, las mujeres reflexionan sobre si amaron o no o sobre cuándo comenzó el odio. Los continuos vaivenes dan lugar a un discurso de las emociones no lineal plagado de matices e hibridación:
“Yo quería mucho a mi marido y para mí era el todo”
“Pensé que era el hombre de mi vida, que era buenísimo, que estaba pendiente de mí en todo momento”
“En realidad fue la persona de la que me enamoré. A la que quise. (…) Me dije: estoy viviendo un cuento de hadas”
“Le odio, le odio con locura, con, con, con… le odio, lo mismo que le quería”
“Yo no me daba cuenta (…) No, porque yo… le quiero mucho, le quería mucho”
“Yo supe que era maltrato, cuando supe que era maltrato, que me maltrataba, cuando comencé a odiarlo”
“Yo quererlo, no se puede querer a una persona así, cada día lo odiaba más”
“Ya no es amor, ya es dependencia, ya es miedo, ya es pánico. El amor se perdió hace mucho tiempo”
“Es que dicen, es que el amor está ahí siempre. Mentira, mentira y bien gorda (…) Ya te queda nada más odio, odio, odio”
6. La anulación y la patologización del discurso
Para rememorar, comprender y poder contar cómo llegaron a sentirse las mujeres entrevistadas ante los insultos, las humillaciones o los golpes del maltratador, las narradoras incorporan el vocabulario denigrante, machista y degradante que el agresor utilizaba para referirse a ellas. Las protagonistas del relato conectan con los momentos en los que se desdibujaron, se anularon y dejaron de ser personas por la acción del maltratador[3]. Con mucho dolor, relatan ese proceso de destrucción de su identidad utilizando expresiones de la psicología, de tal forma que podemos hablar de una patologización del discurso:
“Te están matando por dentro, para hacerte pues, su esclava (…) Ya no eres… eres un ser ahí sin voluntad, que hace lo que quieren ellos, y aún así, aún así, sabes que no te vas a librar de la violencia, o de la humillación”
“Estaba muy machacada, muy destruida”
“Yo derrotada, golpeada, maltratada, violada, humillada, creyéndome una mierda, creyéndome una sombra, no mirándome, ya te he dicho, a los espejos, porque me daba asco a mí misma”
“Me he sentido menos persona, como si fuese anulada, que yo no servía para nada, lo que decía él”
7. Verse y contarse desde otra perspectiva
Ver su historia desde fuera y desde otro sistema de valores en el que la violencia es algo reprobable y monstruoso implica, para las narradoras, adoptar un cambio de perspectiva[4] y construirse, en el relato, como un personaje que observar y del que separarse, distanciarse de la que en parte todavía es. Esa distancia se manifiesta a través de pronombres personales, de ese “yo” que en el relato se convierte en “nosotras” o en “una”. El maltratador también es un actor, un “tipo” perverso, infame, del que se toma distancia al despojarlo de su nombre propio y al etiquetarlo como “ellos”, como “individuo” o “señor”:
“Buscan a sus mamás, y cuando ven que no lo somos, el único medio que les queda para tenernos sujetas y ver que ellos son superiores a nosotras es el maltrato”
“Estoy cansada de que se ría de mí (el maltratador), de que ellos (los hombres maltratadores) tienen todos los derechos, nosotras no tenemos nada.
“Y ahora con la segunda (denuncia) te siguen poniendo a prueba, quizá pensando que tú no estás diciendo toda la verdad”
“Llega un momento en el que una se la… se cree lo que esta persona le dice, yo lo tenía totalmente asumido”
“Y entonces casi aceptas lo que te está pasando, con lo cual dices: casi, casi me lo merezco”
“Ellos sabían perfectamente cómo era ese tipo, individuo o como quieras llamarle”
“Los maltratadores te permiten vivir, y en su ámbito, es el que te está dando la vida. Cuando te están matando”
“¿Por qué no se le mira a este señor? El porqué. Yo no encuentro el porqué, no me han dado una explicación (...) no lo investigan, se investiga a la madre”
8. El estigma y la culpa
La reflexión sobre su historia pasada permite a las mujeres ser críticas con ciertos sistemas de valores que en el espacio social y público condenan, en ocasiones, a la mujer que sufre violencia. Así, hacen suyas algunas expresiones que les provocan dolor e indignación con el fin de denunciarlas. Rechazan por tanto el estigma que sufrieron en carne propia cuando se atrevieron a contar su problema. Sin embargo, en los relatos también se percibe un discurso autocupabilizador que demuestra que aunque son capaces de verbalizar y de asumir lo ocurrido, e incluso de ser críticas con el entorno, muchas de ellas aún soportan sobre sus hombros la culpa como un lastre por haber “aguantado” la violencia o por sentir que así han dañado a sus hijos e hijas:
“No lo entienden, no entienden que aguantes, es que, inclusive hasta como que te culpabilizan”
“Y luego el comentario de los tíos: ‘algo habrá hecho, cuando la han pegado a esta, algo habrá hecho’”
“Te dicen que eso es normal, que todos los hombres son iguales”
“Que por mi culpa, sí han salido perjudicados los niños, los mayores, al vivir eso, que han sufrido, y de eso sí me culpabilizo”
“Me siento mala madre”
“Sigo pensando (…) que yo tengo la culpa, que he elegido… que cómo me pude ir con él”
“Y la culpabilidad queda rastro, por eso sigues con el tiempo pidiendo perdón, es algo que te han inculcado tan… tan adentro, y durante tanto tiempo que… bueno eso cuesta, echarlo fuera”
9. La autoafirmación
Como parte de su reconstrucción, y con la autonomía como horizonte, la mayoría de las narradoras asumen también y dan autoridad a los vocabularios y sistemas de sentido y valor de los feminismos. Casi todos los relatos concluyen con el discurso de la autoafirmación por el que expresan sus nuevos propósitos y metas, y a través del cual comprobamos que, a pesar de la culpa, las narradoras afirman sentirse seguras, libres, independientes, valientes:
“Empiezo a sentir que mis ideas tienen valor”
“Me voy sintiendo mejor, voy saliendo sin miedo, voy siendo yo”
“He llegado a lo más alto de la cumbre para mí”
“Sé lo que quiero (…) tener mi independencia”
10. A modo de conclusión
En el conjunto de estas autobiografías analizadas, hemos visto que se recoge la vivencia de mujeres maltratadas que están en el proceso de conformar un discurso sobre un trauma que precisa ser reconocido para las narradoras y para ser compartido en la esfera pública. A partir del intercambio con los expertos y con la investigadora, las protagonistas del relato elaboran y comprenden su experiencia dolorosa y traumática. En ese proceso, se produce una transformación semiótica del sinsentido al sentido en un recorrido que parte de y vuelve a lo privado, pero pasando necesariamente por lo público, desde donde dan sentido a sus biografías recientes, a sus historias de violencia, sufrimiento, anulación y reconstrucción.
Para ello, las narradoras adoptan un discurso polifónico en el que toman léxicos, sintaxis, sistemas de sentido y valor de diferentes procedencias, según el momento del relato. Así, cuando rememoran los primeros momentos de la relación con el maltratador, recurren a vocabularios que adquieren de los relatos masivos del amor romántico. Después, asumen, en el relato, la terminología machista y humillante del maltratador. El discurso se patologiza en ocasiones y se torna experto al poner nombre a lo vivido, al incorporar términos como “maltrato”, “violencia de género” o “ciclo de la violencia”. La expresión de sus emociones transita del amor al odio, mostrando sus dudas y sinsabores con respecto a sus sentimientos pasados y presentes.
Con el fin de poder distanciarse de quienes todavía son, las narradoras cuentan su historia para hacerla realidad, para devenir otras. Para ello, han de adoptar otra perspectiva y tomar distancia de la protagonista del relato: como vimos, las entrevistadas evaden el “yo” frente al “nosotras”. También se separan del maltratador, que aparece en el relato como un “tipo” perverso e infame al que se etiqueta como “individuo” o “señor”.
Reflexionar sobre lo ocurrido permite a las mujeres ser críticas con el estigma social de las mujeres maltratadas y calumniar expresiones que demuestran que la sociedad no solo no las comprende, sino que las culpa del maltrato. Una culpa que, por otro lado, ellas mismas se atribuyen en muchos momentos de relato, asumiendo como propio el sufrimiento de sus hijos e hijas por no haber roto a tiempo con el maltratador. Aun así, en la fase final del relato, se hace patente su autoafirmación a partir de expresiones y vocabularios que dan autoridad a los feminismos. Declaran sentirse libres e independientes y afirman haber recuperado el sentido de sí y experimentado un cambio, diríamos en palabras de López Carretero (2005: 77), de “colocación simbólica”.
Referencias bibliográficas
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WIEVIORKA, Michel. 2004. La violence. Voix et regards. Paris: Balland.
WITTGENSTEIN, Ludwig. 1988. Investigaciones filosóficas. Barcelona: Crítica/UNAM/Instituto de Investigaciones Filosóficas.
[1] La investigación que recoge este texto forma parte de una tesis doctoral que estudia la transformación de la identidad de mujeres maltratadas a partir de sus relatos autobiográficos: “Destrucción y reconstrucción de la identidad de mujeres maltratadas: Análisis de discursos autobiográficos y de publicidad institucional”. Dirigida por Cristina Peñamarín Beristain. Premio Extraordinario de Tesis Doctorales del curso 2011/2012 otorgado por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
El corpus lo conforman 23 entrevistas en profundidad a mujeres con diferentes edades y perfiles socioeconómicos. Todas ellas tenían en común que habían sido maltratadas por sus parejas o exparejas masculinas y que habían acudido a una institución (centro municipal de atención a la mujer, de servicios sociales, casa de acogida o similar) para tratar de poner fin a su situación.
[2] En todas las citas, en cursiva.
[3] En este caso, tomamos la idea de Wieviorka de que la violencia supone “la negación del sujeto”, la supresión de la capacidad de constituirse en sujeto, pues el sujeto es, para este autor, la posibilidad de constituirse a sí mismo como principio de sentido, como ser libre, y de producir su propia trayectoria (Wieviorka, 2004: 101 y 286).
[4] Mannheim (1993: 238) define “perspectiva” como “la forma en que contemplamos un objeto, lo que percibimos de él, y cómo lo reconstruimos en nuestro pensamiento”.